Quiero inmortalizarte

domingo, 29 de abril de 2012


Quiero inmortalizarte
sobre el manual del agua.
Atar tu voz a los pies de la lluvia.
Predecir la nostalgia que causarán tus ojos.
Quiero, sencillamente,
nombrarte en algún sitio
donde no acuda el tiempo.

Hace tiempo que se fue el pecado



Hace tiempo que se fue el pecado.
Venid a este paisaje donde no tengo conciencia,
a este desierto enfermo de pirámides
y palmeras que esperan
con sus brazos abiertos.
Estoy deshabitado. Más que nunca.

Eres, dulce mía, ligera


Eres, dulce mía, ligera
como un tango de agua.
Pero no te confíes,
lo nuestro es esta tierra
condenada al destino,
esta tarde que huye como un sol de verano.
Lo nuestro es todo aquello
que cambia ahora, ahora, ahora
y entre ahora y ahora
nunca nada es lo mismo.

Eres, dulce mía, amarga como el tiempo.

Otra vez que volvamos



Otra vez que volvamos
no dejaremos nada en el camino,
no quedaremos solos para siempre,
no buscaremos siglos en las piedras,
no cerraremos nunca nuestra casa
y el mar no borrará la arena
en vuestros nombres.

A veces tienes partes de infinita tristeza

sábado, 21 de abril de 2012



Para Chusa


A veces tienes partes de infinita tristeza

y quedas en silencio mirando cómo callas,

con las manos marchitas alrededor del mundo.

Entonces, se me hielan el beso y la palabra.

Cuando nos conocimos era todo mentira,

los árboles, las calles, la luz sobre tu cara,

era toda una noche estrellada de orígenes.

Ya no te me pareces a tus ojos en nada.

Ya no amanece el sol por detrás de tu pelo,

ya no bajan los dioses a embadurnarse en tu alma.

Ya no puedo pensarte por encima de todo.

Ya no te digo siempre la primera palabra.

A veces tienes capas de imparable amargura

Y me asumo a tus huesos hundidos en las brasas.

Ya no puedo besarte los labios despoblados.

Ya no te me pareces, posiblemente, en nada...

Cuando nos demos cuenta




Cuando nos demos cuenta
la vida habrá dejado de nosotros
una estación inédita
y un camino a mitad de la palabra.

 *
Fui feliz con muy poco,
porque sus ojos de arena
marcaron las horas más felices de mi vida.

 *
Partiremos de aquí
y todo lo nuestro
quedará en las sonrisas de las hiedras
que suban a buscarnos olvido arriba.

 *
Más allá que haya lo que quieran
siempre que aquí estés tú.

Argos


Los caseros no atienden a sus ojos,

pero detrás de sus negras pestañas

oculta una tristeza tan redonda

que apenas le permite la mirada.

Por eso algunas veces con la cola,

cuando escucha el sigilo de las vacas,

dibuja sobre el barro en que reposa

retazos de impotencia y de desgana.

Y poco a poco el giro de las moscas

que rondan sobre él noche y mañana,

le han dado un parecido con las cosas

que a la muerte se pudren olvidadas.

Su hocico respingón ya tiene forma

del aullido más último del alma,

y de aquella nariz de caracola

tan única en los rastros de la caza,

cuelga la transparencia de una gota

que ya no puede secarse con la pata.

Y aunque sigue esperando, de su boca

sale de vez en cuando esa palabra

con que expresan los perros su derrota;

y lloriquea y cae y se levanta...

Penélope de Ulises



Más allá de su casa el calor de septiembre
crepita en las higueras;
Penélope de Ulises, fiel espartana,
se ha asomado al balcón donde borda por siempre
y ahuyenta una pareja de gansos atrevidos
que va picoteando la flor de sus hortensias.
La casa huele a pan, a recuerdo de harina,
A esperanza nacida de una esperanza vieja.
¿Volverá? Quién sabe si en el mar
o a la luz de los faros,
después de tanto tiempo, se sigue recordando.
Y de repente canta (bien sabe por qué canta)
y de la comisura de sus labios
pende un temblor que es casi ya una lágrima.

Y el sol llega a sus ojos como una pesadumbre
―no hay nada más hermoso, sin embargo, que el rostro
de Penélope con la estela brillante de las lágrimas―.
¿Volverá? En momentos como este no deja de bordar
por no llorar delante de doncellas,
mas sus dedos no saben si bordan una flor
sobre el sudario
o anudan otro pétalo a su pena.
No se parece en nada a la mujer de piel campesina,
la más esbelta de Itaca,
que antaño llegó a ser la esposa deseada,
porque de tanta espera,
de tanto deshacer la tela de sus días
cuando la noche entraba, va quedando con hilos
que descosen la carne de su cara.
Se parece muy poco a la de brazos níveos,
por abrazarse tanto al llanto del crepúsculo,
por rehusar promesas de tantos pretendientes,
esperando las velas de las naves rojizas
que las olas del tiempo jamás, tal vez, acerquen.
Y a veces ya le ocurre lo mismo que a su perro:
que de ladrar atado al pie de su destino,
tiene la tirantez ahogándole en el cuello,
una marca amarilla de soledad y hastío
que le ha robado olfato, el aullido y el pelo.
Y nunca pasa nada sino la vida en vano,
las horas se suceden girando en el vacío,
como una rueca muerta varada en unas manos
que no darán más vueltas. Lo tienen prometido.
Penélope de Ulises, la solitaria de Itaca,
la del balcón abierto por si escuchara pasos;
Penélope de Ulises, la eterna bordadora
de su presente aciago, de su futuro mítico.
La esposa envejecida como un griego olvidado.

Para Dido de Eneas


Te vi quedar llamándome en la niebla
sobre la almena más alta del palacio,
pero los dioses, Dido, no comprenderán jamás
por qué los hombres preferimos morir
a separarnos. Y aquella madrugada, sobre
las vigas rechinantes de mis naves
mil veces me grité:
¿por qué viniste a Libia, por qué no te amarraste
a la galerna?
Ahora ya no valen de nada mis reproches y mi odio
dibujará en las cenizas de tus labios
maldiciones
cada vez que pasen por tu ausencia
las sandalias silvestres de los vientos.

Recuerdo la primera noche que robamos
al brillo de tus ojos,
las caricias que había guardadas en tus
cofres y el perfume fenicio
que dulcemente, ahora, me describe
las rutas navegables de tu cuerpo.
Pero de nada vale, Dido, que te confiese
un poco esta agonía
si entre tus tierras y mi llanto
silban los trapos de la muerte.
Asómate otra vez como el abismo a los acantilados
y piensa que he venido a recogerte,
que he venido a buscarte con mis hombres
y en mis naves. Asómate al recuerdo y haz que vuelves
a ver en la borrasca un rostro marinero
curtido como el sándalo, agarrado a tus costas
desde que te creyó una mentira de la bruma.